"Adicción a comer" en lugar de "adicción a la comida" define con mayor precisión la conducta alimentaria de tipo adictivo. Es la principal conclusión del documento de consenso que acaba de emitir el consorcio NeuroFAST. Un grupo que trata de estudiar la neurobiología de la homeostasis energética, en el que participan varios países de toda Europa y al que pertenece el IP del Centro de Investigación Biomédica en Red-Fisiopatología de la Obesidad y la Nutrición (CIBERobn), dependiente del Instituto de Salud Carlos III, el Prof./Dr. Carlos Diéguez.
El hallazgo, que acaba de ser publicado en la revista Neuroscience & Biobehavioral Reviews, recoge extensamente argumentos y razonamientos de distintos campos médico-científicos sobre la supuesta adicción que provocan alimentos, componentes o sustancias alimenticias concretas y concluye, sorprendentemente, que, a día de hoy, no existe una evidencia científica que apoye la hipótesis de que los alimentos involucran mecanismos cerebrales comparables a las drogas de abuso. Se trata de conjeturas que sostienen incluso autoridades sanitarias de primer nivel, como el director general de Salud del Reino Unido al manifestar “la investigación demostrará que el azúcar es adictivo” y que alimenta un debate abierto en el ámbito científico, sanitario y político sobre si la adicción a la comida podría ser un poderoso contribuyente a la epidemia de la obesidad.
Alimentos atractivos, no adictivos
“La gente trata de encontrar explicaciones racionales para el sobrepeso y es fácil culpar a los alimentos. Sin duda, es cierto que algunos alimentos son más atractivos que otros - hay muchos alimentos, a menudo aquellos con alto contenido de azúcar, que vamos a comer con facilidad incluso cuando no tenemos hambre. Este comportamiento se debe en parte a la capacidad de este tipo de alimentos para estimular ‘vías de recompensa’ en el cerebro. Estas vías son activadas por algunos comportamientos naturales - sexo, por ejemplo - pero sobre todo se conocen por ser muy estimuladas por muchas drogas de abuso”, sostiene el profesor Diéguez, también director del Centro de Investigación en Medicina Molecular y Enfermedades Crónicas (CIMUS) de la Universidade de Santiago de Compostela (USC).
Sin embargo, la evidencia científica actual no apoya la idea de que los distintos componentes de los alimentos ejerzan los mismos efectos que las drogas adictivas en nuestros cerebros. Con la posible excepción de la cafeína, no hay fuerte evidencia en humanos de que cualquier alimento, o cualquiera de sus componentes, pueden causar cambios en el cerebro que se asemejen a los observados en respuesta al consumo de sustancias como el alcohol o la nicotina. “Es evidente que algunas personas tienen una relación de dependencia con los alimentos, en el sentido de comer en exceso a pesar de ser conscientes de las graves consecuencias para su salud. Pero sigue siendo una fuente de controversia sustancial el considerar que la comida puede desarrollar una conducta adictiva similar a las drogas de abuso. Con la posible excepción de la cafeína, en la actualidad existe muy poco fundamento para apoyar la idea de que cualquier ingrediente, alimento, aditivo o combinación de ingredientes tiene propiedades adictivas”, explica el jefe de grupo del CIBERobn.
Industria alimentaria, cómplice no verdugo
La diferencia entre adicción a la comida o al hecho de comer no es baladí a juicio del consorcio NeuroFAST, dado el énfasis de algunas políticas en relación a que los componentes de los alimentos, y sus efectos adictivos, serían los responsables del exceso de ingesta y, por tanto, del incremento de la obesidad. A este respecto conviene recordar que otras adicciones conductuales, por ejemplo a los juegos de azar, son reconocidas formalmente por los clínicos y los estamentos sanitarios.
“La buena noticia para la industria de la alimentación es, según el Prof. Diéguez, que no hay evidencia de que los alimentos o nutrientes particulares provocan directamente una adicción basada en una determinada sustancia. La mala noticia es que, si asumimos que la adicción a comer es frecuente, nos indica que depende muy probablemente de un entorno que fomenta su desarrollo”. Obviamente, la facilidad de acceso y una amplia exposición a un gran número de alimentos sabrosos (y baratos), continúa el investigador del CIBERobn, bien pueden implicar un riesgo elevado de desarrollar una adicción como el comer”.
Políticas preventivas más colaborativas, más eficaces
Tal y como argumenta el Dr. Carlos Diéguez, “por otro trastorno del comportamiento – trastorno juego – sabemos que tanto un tratamiento individualizado y una prevención estructural, como la reducción del número de salas de juego, la restricción de la publicidad de la promoción de los juegos de azar y el cumplimiento de las restricciones de edad son eficaces en un gran número de pacientes”. En una línea similar, los expertos del consorcio NeuroFAST están convencidos de que nuestras sociedades necesitan discutir cómo tratar mejor y evitar la ‘adicción a comer’. Una discusión, opinan, que no debe centrarse en la cuestión de si los alimentos provocan adicción en el sentido de una dependencia de las drogas, sino en potenciar políticas de prevención y tratamiento de la obesidad con iniciativas conjuntas entre todos los agentes responsables.