Cada año se producen en España alrededor de 3.900 suicidios, más de diez cada día como media. Es la primera causa de muerte no natural, y está entre las tres primeras de cualquier causa en población joven. Son datos de una realidad poco visible en nuestro país. Distintos grupos del CIBERSAM, en el marco tanto del programa de Trastornos Psicosomáticos, de Ansiedad y de Control de Impulsos como del de Depresión, investigan para arrojar más luz sobre los comportamientos suicidas, su incidencia y los factores psicobiológicos relacionados con los mismos, así como en el desarrollo de programas de prevención. El Grupo 22 del CIBERSAM, que dirige Jerónimo Sáiz, tiene una amplia trayectoria en este campo.
-El 10 de septiembre se ha celebrado el Día Mundial de la Prevención del Suicidio, que pretende dar visibilidad a un problema que hasta ahora había tendido a ocultarse, ¿el que se hable tan poco de suicidios es justificable para evitar el efecto contagio o simplemente es un tema tabú?
-La verdad es que el efecto contagio se ha documentado en situaciones muy especiales. Por ejemplo, en adolescentes que tienen una conducta suicida a raíz de las malas notas en los exámenes de junio, parece que de la difusión de la noticia puede derivarse que otros estudiantes tomen el mismo camino. A raíz de ello, en los libros de estilo de muchos medios de comunicación se dice que es un tema que no se debe tocar.
Esto se ha discutido en los últimos tiempos, en la medida en que si algo no se hace visible, se oculta, o se le aplica un tabú –que al fin y al cabo acaba siendo un estigma–, también se está ignorando una realidad a la que es necesario dar visibilidad, primero por su importancia, y luego por el apoyo que merecen las víctimas, sus familias y las personas cercanas.
Pienso, por tanto, que una exclusión de información a propósito en estos temas no es positiva. Por supuesto, es un problema que ha de ser tratado con el máximo respeto y con los criterios éticos que proceden ante una situación tan trágica. Pero creo que es bueno que se conozca esta realidad del suicidio, que por otra parte es muy impresionante, con una cifra que supera los diez fallecidos diarios por suicidio en España.
-¿Existe sensibilidad social en España respecto de este tema?
-No, yo creo que no existe sensibilidad social. La sensibilidad se reduce a los afectados, ya sean profesionales, ya sean personas que han experimentado en su entorno cercano algún caso que les ha tocado directamente, o asociaciones de enfermos psiquiátricos o de familiares de enfermos. Quitando esas excepciones, no existe esa sensibilidad. Por poner un ejemplo que es muy típico: en cualquier informativo de televisión el lunes se nos da la noticia de las personas que han perdido la vida en accidentes de tráfico ese fin de semana, pero no se dice nada de que, al mismo tiempo, ha habido como mínimo 30 suicidios que no son noticia.
Tampoco tenemos unos mecanismos de prevención activos, un plan de prevención del suicidio a nivel nacional que haya impulsado el Ministerio de Sanidad o que se haya derivado de la Estrategia de Salud Mental. Pienso que, evidentemente, esto es una necesidad y no puede dejarse a expensas de cada comunidad autónoma o de cada gestor o responsable político sanitario.
-¿Hay comunidades autónomas que presenten una tasa mayor de riesgo de suicidio?
-Este es un tema muy discutido, porque las estadísticas de suicidio, a pesar de que van mejorando con los años, se basan en un sistema de recogida que puede ser más o menos precisa o fiable, lo que puede ser un factor de distorsión de las mismas. De hecho, a veces podemos leer datos de incremento del suicidio que pueden no tener que ver con la realidad, sino con mejoras o cambios en los sistemas de recogida de datos estadísticos. Aun así, tradicionalmente sí hay algunas regiones en España en las que la conducta suicida ha sido más patente: algunas zonas de Andalucía, especialmente Andalucía central y oriental; de Baleares, como la isla de Menorca; de Asturias y Galicia… Y esto deja ver claramente un trasfondo cultural.
De todas formas, el suicidio se relaciona más con otros factores. Factores como la edad, por ejemplo –a más edad, más conducta suicida–, o el haber tenido una conducta suicida previa, que es el mayor y mejor predictor de riesgo de una conducta suicida posterior. Además, hemos de diferenciar dos universos: por un lado los suicidios consumados y, por otro, las tentativas de suicidio, que son distintos. Por ejemplo, los muertos por suicidio son fundamentalmente hombres, y las conductas con intencionalidad suicida no consumadas se dan principalmente en mujeres.
-¿De cuántos casos de tentativas podemos estar hablando?
-Es muy difícil saberlo porque muchas de estas tentativas sí que pasan desapercibidas. Las cifras oscilan mucho, pero se estima que por cada muerte por suicidio hay unas 20 tentativas serias que acaban siendo atendidas en urgencias de un hospital. En el nuestro, por ejemplo, el Ramón y Cajal de Madrid, que atiende más de 300 urgencias diarias, la media de tentativas está en más de una cada 24 horas.
-¿Han constatado un incremento en el número de suicidios por la crisis?
-No, la verdad es que las cifras de suicidio –que se pueden consultar en las memorias del Instituto Nacional de Estadística– se mantienen bastante estables, con oscilaciones que a veces coinciden con épocas de opulencia y otras con épocas de crisis. Y la verdad es que no es fácil el atribuir un aumento constatable a la crisis. En toda Europa hay estadísticas y en algunos países como Grecia o Portugal sí que se ha podido constatar este hecho, pero en términos generales no es algo muy patente.
-La OMS habla de un incremento de las tasas de suicidios a nivel mundial en los últimos 45 años de un 60%, ¿a qué se debe este incremento?
-Pues como le decía antes, entre otras cosas, esto se debe a los sistemas de recogida de información, que son mucho más fieles. Y por otro lado parece ser que con el desarrollo, al menos en determinados entornos culturales, también puede aumentar la patología mental en términos generales y la conducta suicida en particular.
-¿El estrés podría tener algo que ver?
-La cultura, cuando progresa en términos de desarrollo, puede aumentar el nivel de estrés. Pero piense que en países en desarrollo hay otros problemas que no se catalogan como estrés y que son gravísimos, como la malnutrición y la mortalidad infantil, o la falta de seguridad en términos de violencia física. Por tanto, es complejo el atribuir únicamente a las sociedades occidentales el aumento de la conducta suicida. También hay sociedades no desarrolladas en las que, por cultura y por tradición, la conducta suicida es muy prevalente.
-¿Cuáles son los principales factores de riesgo de la conducta suicida a los que ha de atenderse?
-El principal factor de riesgo es la enfermedad mental y, en concreto, dentro de esta patología mental, la depresión. Se calcula que más de la mitad de las personas que mueren por suicidio padecían depresión. De tal manera que los mejores mecanismos de prevención son aquellos que se orientan hacia una detección precoz y una intervención terapéutica igualmente rápida en los casos en los que aparezcan síntomas depresivos, y especialmente en aquéllas depresiones más graves, que son las que más frecuentemente se acompañan de sentimientos de desesperanza, de falta de ilusión por la vida y, en último término, de deseos de muerte y autoagresión.
-¿Existen factores genéticos relacionados con un mayor riesgo?
-Pues sí. Hay una abundancia notable de investigación en este terreno. Existen marcadores genéticos de vulnerabilidad que no son específicos del suicidio, sino que más bien tienen que ver con la predisposición hacia la impulsividad o hacia la pérdida de control. Por ejemplo, determinados marcadores que tienen que ver con el gen que regula la proteína transportadora de la serotonina.
El grupo 22 del CIBERSAM que dirijo –y en especial alguno de nuestros investigadores como Enrique Baca García, Jorge Lopez-Castroman o Hilario Blasco– trabaja desde hace años en la identificación de estos factores de predisposición al suicidio y, dentro de ellos, los factores genéticos. En este campo, hemos colaborado también estrechamente con el departamento de Psiquiatría de la Universidad de Columbia, donde hay un investigador muy reputado, John Mann que, junto con Maria Oquendo, es seguramente quien más ha trabajado en estos temas de predisposición al suicidio de base biológica.
-¿Podemos contar con programas de prevención efectivos?
-De hecho existen ya: se han diseñado y se han implementado. Hay una iniciativa de la Alianza Europea contra la Depresión, que ha recibido el nombre de la ciudad alemana donde se aplicó, Núremberg, y hay otras ciudades en las que se ha llevado a cabo esta misma metodología. En España, se ha desarrollado en Barcelona, en el Barrio de la Dreta de l’Eixample, e investigadores del CIBERSAM, como Víctor Pérez Sola, han intervenido también en estos protocolos. Allí se pusieron en marcha una serie de acciones dirigidas a la población general, a sanitarios, a profesionales como bomberos, policías, educadores… Con todo ello se trata de sensibilizar a la población con respecto a los síntomas de depresión, a su reconocimiento, a la instauración precoz de asistencia, etc. Esas campañas se han evaluado ya y se han revelado eficaces para reducir las tasas de conducta suicida.
Y luego, por otra parte, hay iniciativas a nivel de comunidades autónomas. Por ejemplo, en Madrid se ha instaurado el protocolo ARSUIC, por el que cuando una persona aparece en las urgencias de una institución sanitaria con una conducta suicida se le deriva a una cita en menos de tres días en un centro de salud mental y se hace un seguimiento de si acude y cuál es la situación. Y este es un buen mecanismo de prevención, porque se sabe que el haber tenido una conducta suicida es un predictor importante de poder volver a repetir esta conducta. Al igual que lo es instar a los sanitarios en urgencias a explorar el riesgo de suicidio y evaluarlo.
-¿Cuáles son las premisas de las que debe partirse y qué medidas podrían contemplarse en el marco de una estrategia de prevención del suicidio en España?
-Aplicar una estrategia que sensibilice a la población en torno al problema, dar información sobre los síntomas que pueden conducir a la adopción de conductas suicidas, y facilitar el acceso a las redes de salud mental y los medios de evaluación y de tratamiento.
Y luego, habría un último aspecto que creo que también es muy importante, que es el apoyar y dar un tratamiento a los supervivientes, es decir, a los familiares de las víctimas y sus allegados. Pensemos, por ejemplo, en casos de suicidio de personas jóvenes –una de las primeras causas de muerte en este grupo de edad– en los que, además de la pérdida, que es enormemente trágica, puede aparecer un sentimiento de culpa: se preguntan qué hicieron mal, qué pudieron hacer y no hicieron, sobre cómo podrían haber ayudado… Y todo esto es enormemente doloroso y deja una huella traumática importantísima.