Los humanos estamos formados por un número muy elevado de pequeñas unidades funcionales independientes llamadas células, que trabajan de forma coordinada, realizando tareas especializadas, para conseguir un fin común: mantener con vida al organismo. Podemos observar al cuerpo humano como una gran empresa de montaje en la que cada operario (célula) trabaja colocando un único tornillo del ensamblado final (un coche, por ejemplo). Puede parecer que el trabajo de cada operario sea insignificante, pero sin su labor y sin que dicha labor se realice de forma correcta, el producto final no funcionaría, o al menos no lo haría a la perfección.
Siguiendo con el símil, el cáncer se produce cuando alguna o algunas de las células dejan de hacer su trabajo y/o intenta realizar funciones que no le corresponden. Naturalmente, en una empresa existen jefes y una cadena de mando (señales moleculares intra- e inter-celulares y moléculas reguladoras) encargados de la detección de estos comportamientos para su inmediata corrección, o bien que los trabajadores (las células) sean despedidos (senescencia o apoptosis). El cáncer se produce además cuando estos controles fallan y permiten que las células se conviertan en tumorales, mostrando una proliferación (división, “reproducción”) desordenada y anormal.
Debemos tener en cuenta que, aunque nosotros como organismo podamos vivir muchos años, la mayoría de las células de nuestro cuerpo tienen una vida mucho menor y además, la mayoría de ellas no proliferan; tan sólo unas pocas, las células madre. Estas son las que, bajo un control estricto, se dividen, reemplazan y renuevan las células que se van muriendo. Es esto lo que da forma a nuestro cuerpo y hace que todo funcione como un reloj de precisión. Cuando las células normales adquieren capacidades de células madre y, en lugar de morirse cuando les corresponde continúan viviendo y proliferando, o bien cuando las células madre proliferan sin el más mínimo control generando muchas más células de las que son necesarias para el organismo, se generan los tumores.
Existen diferentes tipos de tumores, clasificados en función de su naturaleza (que a su vez depende de las células de las que han surgido, tal como nosotros somos como somos, a grandes rasgos, dependiendo de nuestros padres), en función de sus características (diferentes rasgos moleculares que definen a cada tumor, tal como una persona es diferente a otra) y en función de su comportamiento (más o menos crecimiento o agresividad, tal como unas personas tienen diferente carácter a otras).
En general para simplificar, podemos hablar de dos grandes grupos de tumores: los tumores sólidos (que se producen en órganos y tejidos sólidos) y tumores líquidos (producidos en células que se encuentran en suspensión en líquidos corporales, en concreto, la sangre). La gran mayoría de los tumores son sólidos, y de ellos, los más frecuentes (colorrectales, de pulmón, y de mama) se forman a partir de tejidos que podemos denominar de forma general epitelios.
Podemos definir a los epitelios como aquéllos tejidos que recubren las superficies, tanto internas como externas, de nuestro organismo (un ejemplo fácil es la piel, pero también, un epitelio es el tejido que cubre el intestino o los conductos por donde va el aire que respiramos u otros fluidos del organismo). La característica fundamental de los epitelios es que las células que los forman se encuentran muy ordenadas, unidas fuertemente unas a otras, formando una barrera (para evitar que nada extraño entre en el cuerpo en el caso de la piel, o que lo que circula por los conductos se quede dentro, como el caso del intestino).
Debajo de esta capa epitelial (con un número de células controlado y muy organizadas), se encuentran, en general, otro tipo de tejidos denominados mesenquimales, de soporte, o conectivos, que básicamente nos dan forma y hacen de conexión entre diferentes tejidos y órganos. Este tipo de tejido es más desorganizado y sus células, al contrario que las epiteliales, están más libres y de hecho pueden desplazarse a través del tejido.
En muchas ocasiones, los tumores epiteliales además de crecer sin medida sobre el epitelio, también profundizan e invaden la parte mesenquimal. Ello es debido a que las células tumorales, además de proliferar sin control, también cambian sus características epiteliales originales y adquieren características mesenquimales. Este cambio les permite a las células tumorales migrar por el tejido mesenquimal y alcanzar la sangre, en la que pueden llegar a cualquier parte del cuerpo. Una vez en la sangre, muchas de estas células malignas pueden volver a parecerse a células epiteliales y, con el tiempo, pueden empezar a crecer y a crear otro tumor en cualquier otro epitelio del organismo. Esto es lo que se conoce con el nombre de metástasis.
Para llegar a curar una enfermedad, antes hay que saber qué la causa y cómo se forma, para así poder tratarla. La razón por la que abordar el tratamiento del cáncer es tan complicado y hasta ahora sólo se ha tenido un éxito limitado es que, en general, todavía estamos muy lejos de conocer qué causa el cáncer y cuál es el mecanismo exacto de su formación.
El cáncer es una enfermedad compleja en la que intervienen muchos factores, no sólo internos a la persona sino también externos; es cierto que la genética y la herencia que recibimos de nuestra familia tiene un papel (de hecho, hay tumores que son hasta cierto punto heredables), pero también la exposición a factores ambientales contribuye de forma significativa a su desarrollo. Pensemos, por ejemplo, en la relación de fumar y el cáncer de pulmón; es cierto que los fumadores tienen más papeletas para padecer cáncer de pulmón, pero no todos los fumadores desarrollarán cáncer de pulmón a lo largo de su vida, y también hay no fumadores que tienen cáncer de pulmón.
Actualmente, la base para el tratamiento de los diferentes tumores se apoya, en general, en tres patas: la cirugía (cortar y quitar el tumor), la radioterapia (quemar el tumor) y la quimioterapia (envenenar y matar al tumor). La serie de pasos a seguir es diferente en cada tumor y en cada caso, de modo que en función de una gran cantidad de factores de tipo clínico, los médicos pueden optar por un abordaje u otro.
En general podemos afirmar que la cirugía es un paso común en el tratamiento de todos los tumores sólidos (lógicamente, es fundamental retirar el tumor del cuerpo), mientras que la quimioterapia y la radioterapia se administran dependiendo del tipo de tumor y de las características que presenta cada caso. Por ejemplo, mientras en el cáncer de colon no es común administrar radioterapia, en el cáncer de recto, sí es administrada a algunos pacientes.
Además, la estrategia a seguir para tratar un tumor dependerá de cuánto haya crecido, cuánto haya invadido y si hay metástasis o no. Por ejemplo, en el cáncer de colon, los tumores sin metástasis y con un crecimiento e invasión limitados son habitualmente sólo tratados con cirugía, mientras que tumores más desarrollados, más agresivos y/o con metástasis, requieren además de un tratamiento con quimioterapia.
Destacar además, que no siempre la secuencia de tratamiento es la misma: en determinados tumores y situaciones, puede empezarse con la quimioterapia y/o radioterapia, para seguir con la cirugía, mientras que, en otras circunstancias, el esquema a seguir sería cirugía seguida de quimioterapia y/o radioterapia. Los abordajes del tratamiento pueden ser más o menos agresivos dependiendo de cada caso: así, por ejemplo, en el caso del cáncer de mama, la cirugía puede ser más conservadora y retirar sólo la zona afectada, o puede ser radical, y retirar la mama completa; en el caso de la radioterapia se pueden administrar diferentes dosis de radiación y durante un número diferente de sesiones; y en el caso de la quimioterapia, pueden variar los fármacos empleados, las dosis de dichos fármacos y el número de sesiones.
Quizás la parte del tratamiento del cáncer más peliaguda y angustiosa para los pacientes sea el tratamiento farmacológico, y no es de extrañar, puesto que, a pesar de los avances experimentados en los últimos años, la base de la mayoría de estos tratamientos es la administración de lo que comúnmente se denomina quimioterapia, donde se emplean unos medicamentos (denominados citotóxicos y citostáticos) que presentan unos efectos secundarios considerables.
Estos efectos secundarios pueden ser muy diversos en términos de intensidad y de afectación a distintas partes del organismo, y dependen no sólo de los fármacos concretos administrados y de su dosis y pauta, sino que también dependen de cada persona. Quizás el más comúnmente referido es la caída de pelo que producen ciertos medicamentos, aunque los efectos secundarios también pueden incluir, por ejemplo, alteraciones intestinales (diarreas) o alteraciones en la sangre (caída de las “defensas”), entre otras.
El porqué de estos efectos secundarios estriba en que todavía no se han desarrollado medicamentos que maten de una forma completamente selectiva aquellas células malignas. Con el tratamiento con quimioterapia es inevitable hoy por hoy que, además de tratar el tumor, también se estén eliminando muchas células normales que cumplen funciones importantes en el organismo.
En los últimos años se han desarrollado un tipo de medicamentos, denominados medicamentos biológicos o dirigidos, gracias al conocimiento más profundo que vamos teniendo de los tumores, y que se dirigen contra moléculas críticas para la expansión de las células tumorales. Sin embargo, aunque menores y, en general, quizás más benévolos, estos medicamentos también tienen efectos adversos, puesto que sus dianas moleculares están presentes también en células normales.
Dependiendo del caso y del tumor, en ocasiones en el tratamiento farmacológico del cáncer se administra una combinación de quimioterapia con estos medicamentos dirigidos, mejorándose de este modo el beneficio que la persona pudiese obtener si se tratase sólo con quimioterapia. Todavía queda lejos y hoy por hoy es una cuestión de ciencia ficción sólo comparable a los viajes interestelares, pero el camino al que vamos en el tratamiento del cáncer es a la personalización. Cada vez más estamos comprendiendo que lo mismo que cada persona es un mundo, cada tumor en cada persona también lo es. No hay una persona igual y tampoco hay un tumor igual a otro.
En el futuro, cuando seamos capaces de comprender en detalle qué es lo que nos hace diferentes a unos de otros, cómo se forman los tumores y por qué, y cómo se desarrollan, crecen e invaden el organismo, quizás podamos tratar a cada persona y cada tumor de forma individualizada. Incluso, quizás en un futuro, con una gota de sangre también podamos conocer el riesgo que una persona tenga de padecer no sólo cáncer, sino otra enfermedad, y ofrecer las medidas preventivas más convenientes en cada caso. Y tal vez, en un futuro, esperemos no muy lejano, logremos curar todos los tipos de cáncer.
SOBRE EL AUTOR:
Moisés Blanco es Doctor en Bioquímica y Biología Molecular. Actualmente, desempeña labores de investigación clínica y aplicada como investigador asociado del Servicio de Oncología Médica del Complejo Hospitalario Universitario de A Coruña, y trabaja en el INIBIC.